Es difícil sustraerse a la influencia cultural. Bruce Lipton, padre de la epigenética, expresa que el medio ambiente, la sociedad, las costumbres, son más determinantes en el comportamiento humano que la genética. Estamos sumergidos en el “mar” de la cultura, donde sobreaguar es complejo. De allí que cuando suceden asesinatos como el de Luz Mery Tristán, la necesidad compulsiva de respuestas que esclarezcan el por qué, se vuelve prioritaria. Expliquen a ver si asimilamos. Solo, que en el comportamiento humano no hay lógica y las emociones son un río intenso que desbordado, no tiene control.

Somos hijas de la cultura. De la que enseña, repite y recalca, que el sentido de la vida de una mujer es “esperar” que alguien la ame. Que sin un hombre no puede sobrevivir… que lo mas grandioso es recibir una mirada masculina de admiración por su cuerpo, por su belleza. Y escuchar frases como “tu eres mía y nadie mas que yo puede tocarte”. Ni siquiera le es permitido obtener placer sexual por ella misma. La masturbación femenina es un tabú, es inmoral. Tengo dueño, me escogió a mí, él me quiere a mí. Dependo de él. El mito del amor romántico enfermizo y dependiente, haciendo de las suyas. El mundo de las princesas, el de los reinados. Porque no se educa a la mujer para que se valga por sí misma, para que se ame, para se valore como ser humano. Se la educa para mendigar afecto, para que otro le dé sentido a su vida. Ella no anhela un compañero sino un salvador. Algo como un jefe, un papá, un protector, un vigilante. Entonces, ya “alcanzó” el cielo, ya “vió a Dios”. “Tengo novio”, “me voy a casar”, son expresiones que iluminan su cara porque ya “encajo” en lo esperado socialmente. Claro el horroroso fantasma de la soltería ha sido derrotado… He tenido papas de adolescentes deseando que su hija de 15 años tenga novio para que no sea “brincona”. Pero ojo, no sucede lo mismo con el hombre adolescente… Entonces escuchar durante 10, 15, 30, 50 años, que una mujer sin un hombre al lado “es rara”, que está incompleta, necesariamente condiciona. Lo que “obliga” a no desprenderme del hombre, bajo ninguna condición. Lo amo así me lastime porque el abandono afectivo es insoportable. Prefiero callar, aguantar, tragar, que quedarme sola. Claro, si hace daño “me callo para no formar conflicto”. No, ustedes no lo conocen, él va a cambiar… la mendicidad afectiva de aquella que fue educada para depender, agradar, complacer, no logra vislumbrar peligro o riesgo. Lo importante es “sentirse amada”, así por la mañana le den patadas y por la noche la regalen flores.

Todas somos un poco Luz Mery, amando y (temiendo) al hombre machista, posesivo, controlador, porque la cultura tiene un perfil de mujer “ideal”, aquella que encaja, aquella que no tiene rabia, aquella que es bonita y vive para agradar y no se atreve a llevar la contraria. Pero mientras el matrimonio y toda su parafernalia, incluida la religión, sigan considerando que una mujer sin hombre está incompleta, seguirán multiplicándose los feminicidios. No es una red de apoyo la que falta para que denuncie o se libere. No. Es el convencimiento de su valor como ser humano y que sin un hombre puede sobrevivir. Se tiene a sí misma y no existe mayor poder que ser dueña de ella misma. ¡Jaque mate al mito del amor romántico!

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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